Juan A. Mateos by Juan Antonio Mateos

Juan A. Mateos by Juan Antonio Mateos

autor:Juan Antonio Mateos [Mateos, Juan Antonio]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Historia, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1982-12-31T16:00:00+00:00


El Día de Difuntos[31]

¡Oremos por los que han muerto!

Ellos han llegado antes que nosotros al término de su camino.

No es dado al pasajero ver lo que hay tras de los mármoles de la otra vida.

«No hay nada más allá», dice la locura desesperada de los hombres.

La filosofía enmudece.

La ciencia extingue sus altas especulaciones.

La historia es importante.

Es necesario acudir a la luz purísima de la fe.

Apelar al sentimiento religioso para buscar en el seno de una oscuridad perenne una esperanza vivificadora.

Cuando el alma no haya en su torno quien le alumbre, se vuelve al cielo en pos de una verdad desconocida.

¡Dios!

¿Pasará el hombre como las nubes arrebatadas por el viento?

¿La existencia será una ola perdida en los mares tumultuosos de nuestros días?

¿Desaparecerá como una estrella que se apaga en el firmamento?

¿Esta obra del creador estará destinada a confundirse en el mundo incógnito de la predestinación?

¿Este espíritu inteligente, que no pertenece a la materia, que lo sentimos fuera de la destrucción, intacto, y sobre el cual no se hace sentir la acción destructora del tiempo, bajará con nosotros a la tumba?

¿Partirá de nuestro ser en la hora del fallecimiento, para confundirse con el mundo de los espíritus?

¡Arrancadnos este velo que cubre nuestra inteligencia, decidnos algo sobre el alma!

¿Las revelaciones de los hombres nada dicen que pueda sacarnos de las tinieblas en que nos agitamos?

¿La ciencia humana no ha penetrado todavía en los misterios de ese arcano?

La verdad es que la cadena no interrumpida de los seres, se hunde y se hunde sin cesar en el seno de la tierra.

Que el corazón va perdiendo una a una las hojas de su existencia para llorar a los que se van, y gemir por los que se quedan.

¡Que todo cuanto nos rodea tiene que desaparecer!

¡Que la hora de la muerte es indeclinable!

¡La conciencia que no se rebela ante los hombres, sabe que tiene un juez inexorable, siente proyectar una sombra sobre los pasos de la vida!

¡La sombra de Dios!

Cuando la tribulación humana, no encuentra refugio sobre la tierra, apela a Dios, cita a los hombres ante el tribunal augusto.

Hay mucho de terrible en ese aplazamiento a la justicia eterna.

Nuestras perpetuas aspiraciones nos llevan a la inmortalidad; no contrariemos el torrente de nuestro espíritu.

Queremos vivir tras del sepulcro, allí, en aquel horizonte hay una estrella misteriosa que ilumina los mares de lo desconocido.

Pensemos sobre nuestra existencia para consolarnos.

El acaso es la negra filosofía del sentimiento pervertido.

La armonía de la creación reconoce una voluntad suprema.

Dios está de manifiesto en el gran cuadro de la naturaleza visible.

Nos dice de su presencia, desde el rugido de la tempestad y los rumores del océano, hasta las palpitaciones del corazón.

Desde el sol que gira en el espacio entre las irradaciones de fuego, hasta la luz fosfórica del meteoro.

Desde la montaña cuyas nieves acarician las nubes, hasta la arena imperceptible que se esconde en el fondo del océano.

Y sobre la gigante cúspide de la creación, la obra privilegiada del Hacedor: EL HOMBRE.

Bajo su pecho palpita una alma gigante que abarca el cielo cubre la tierra con sus alas.



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